miércoles, 10 de septiembre de 2014

El "token" del cristiano para las fantasías y sueños

A veces me pregunto qué tan bueno, o correcto, es para un cristiano soñar despierto o fantasear.

Desde niña siempre he sido una gran soñadora. Mi hermano mayor y yo jugábamos de niños a que él y yo estábamos en una isla desierta y teníamos que hacer todo tipo de cosas para sobrevivir. Llenábamos nuestra fantasía con aventuras, pero todo siempre nos salía bien, y mi hermano, claro, era siempre el héroe y yo su fiel ayudante (jeje!!). Nos pasábamos días enteros fabricando esas novelas, y muchas veces, si teníamos que pausar, la retomábamos en el mismo lugar en que la habíamos dejado como si fuera una serie de TV. Individualmente, yo por mi lado, invertía largas horas en mis espacios de soledad en inventar vidas futuras para mí y situaciones ideales. Claro, en las fantasías individuales, la héroe, la princesa, la protagonista de todo, era yo y solo yo. La mayoría estaban relacionadas con algún sentimiento romántico hacia alguien del sexo opuesto. Creo que toda mujer que recuerde esa etapa de su vida puede identificarse conmigo. Soñar con ese príncipe azul, con el día del primer beso, con el día de nuestra boda, etc., etc. No soy ninguna experta, pero me parece que las mujeres tendemos a practicar más el soñar despierta que los hombres.

Ya de adulta.... bueno, ¿qué les digo? En realidad, sigo soñando despierta, igualito como si tuviera 12 años. De hecho, a veces construyo unas fantasías tan elaboradas que se convierten en prácticamente una película o en toda una serie. Se convierten en una especie de "realidad paralela", en donde mi imaginación no tiene límites, y en la cual me adentro cada vez que no quiero enfrentar mi "realidad real" (valga la redundancia).

Independientemente de cualquier potencial patología psicológica que este tipo de comportamiento pudiera representar (no estoy diciendo que soñar despierto sea una enfermedad o algún tipo de locura, pero llevado al extremo en una mujer en sus cuatro décadas, pudiera que no sea muy normal), pienso que como cristiana debo controlar estas fantasías; debo y quiero controlar mis pensamientos.

La Biblia nos enseña que parte de "convertirse" es decir, de volverse a Dios es cambiar cómo pensamos. Es parte intrínseca del arrepentimiento. No es sólo arrepentirse de lo que hemos hecho, sino cambiar cómo pensamos, cambiar lo que pensamos, incluyendo nuestras fantasías. Dios quiere que empecemos a pensar como Él. 


"Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos de la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos" (Isaías 55:7-9).

¿Cómo entonces abandonar estos hábitos del viejo hombre? ¿Cómo someter nuestros pensamientos totalmente a Dios y abandonar la práctica de estar inventando mundos de fantasías en nuestra mente? La mayoría de las personas no pueden controlar sus pensamientos. Leí en la Internet que hace varias décadas un estudio llegó a la conclusión de que "cualquier persona que pueda concentrarse en una sola cosa por tres minutos, y que su mente no divague, es un genio". Controlar el pensamiento consciente, no soñar despierto, no dejar la mente simplemente volar hacia la dirección que nuestra carne quiera, es todo un reto para el cristiano. En realidad, nuestra mente es parte de nuestra carne y de nuestra naturaleza pecaminosa. Nuestra mente de manera natural tiende a rechazar a Dios. La mayoría de las tentaciones empiezan en nuestra propia mente. Dice el Apóstol Pablo en Romanos 8:7: "Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden." Es tan grande el reto, que solo la obra del Espíritu Santo dentro de nosotros puede hacer que logremos someter todos nuestros pensamientos a Dios.

Como cristiana debo desarrollar una mentalidad y una manera diferente de utilizar mi mente. ¿Por qué? Porque al fin de cuentas, mi objetivo debe ser siempre AGRADAR A DIOS. Entonces, debo hacerme la pregunta: ¿este pensamiento que estoy teniendo ahora agrada a Dios? A menudo olvidamos que Dios conoce nuestros pensamientos. Él sabe exactamente lo que estás pensando. Imaginémonos por un momento que estamos en la sala de espera de un consultorio médico y que a nuestro lado haya varias personas sentadas. Imagínate que uno de ellos pueda leer tu mente. Sería vergonzoso, ¿verdad? Porque son tantos los disparates que a veces pensamos y las cosas absurdas y los pensamientos feos, sucios que pasan por nuestra mente, que sería una gran vergüenza que el contenido de nuestra mente fuera del dominio público. Dios puede, no sólo leer nuestra mente, sino también hasta nuestro subconsciente; es decir, aun lo que nosotros no sabemos de nosotros mismos, Él lo sabe. Entonces, ¿cómo voy a agradarle si no someto a Él todo mi pensar?

Aun más fuerte es para mí lo que dice el Apóstol Pablo en 1 Corintios 2:16: "Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo". ¿Cómo la mente de Cristo puede pensar todas las cosas que pienso? Al igual como mi cuerpo es el templo del Espíritu Santo, y no puedo profanarlo, mi mente es la de Cristo, y no puedo dejar que piense cosas que no son de Cristo.

La Biblia nos da muchos tips de cómo someter nuestra mente al pensamiento de Dios y no al de nuestra carne. De todo lo que busqué, dos palabras me llamaron la atención. La primera es MEDITAR. El hábito de meditar en la Palabra de Dios de manera constante durante nuestro día, para mí, es la solución a la divagación de nuestra mente. Piénsalo, si me paso la mayor parte del día meditando, por ejemplo, en la porción de la Palabra que leí en la mañana; es decir, pensando en qué significa, en cómo puedo aplicarlo a mi vida, repitiéndola varias veces en mi mente, sintiendo cómo Dios me habla a través de esa palabra, entonces, de seguro pensaré en menos cosas que no son agradables a Dios. La otra palabra es ORAR; es decir, mantenernos en constante comunicación con Dios. Ambas cosas las he probado. No logro hacerlo todos los días, pero cuando lo hago, es increíble cómo la comunión con Dios hace que todo mi comportamiento, hasta mi entorno, cambie. Porque es que VIVIR PARA Y EN DIOS, ES LA MEJOR VIDA!! El secreto de la santidad es una comunión íntima con Dios.

Ahora bien, ¿quiere decir esto que dejemos de soñar, de tener anhelos? Dios nos dio una mente con la capacidad de visualizar las cosas que anhelamos. Eso en sí mismo no es malo; sin embargo, el problema no es la acción de soñar despierto, sino el contenido de esos sueños. Dios nos manda a que llenemos nuestra mente de las cosas de Él. "Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia..." (Mateo 6:33). Mi mente debe estar enfocada en los asuntos del reino de los cielos.

"Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, EN ESTO PENSAD" (Filipenses 4:8).

Por eso ahora quiero escudriñar mis pensamientos. Me hace recordar un poema de mi padre, J. Alfonso (Fonchi) Lockward, que decía en uno de sus versos: "Le pido pasaporte a la tristeza a ver si es cristiana". Hasta nuestro más profundo sentimiento debe ser sometido al proceso de santificación que el Señor está llevando a cabo en nosotros. Trataré de pedirle pasaporte a cada pensamiento, y aún más, montaré toda una seguridad como en la de los aeropuertos y lo pondré bajo el scan para asegurar que pueda ver hasta la más mínima intención de cada pensamiento que cruza por la frontera de mi mente.

Pero no puedo hacerlo por mí misma; no creo que mis propios esfuerzos sean suficientes. ¡El reto es muy grande! Los personajes de la película Inception (titulada El Origen en Latinoamerica y protagonizada por Leonardo DiCaprio) se adentraban en los sueños de las personas para robarle información y secretos de sus mentes. Para hacer esta extracción (como llamaban a esta operación en la trama), debían ellos mismos dormirse y soñar junto con la víctima. En sus sueños construían mundos paralelos, tan reales que corrían el riesgo de perder la habilidad de distinguir entre sueño y realidad. Para mitigar este riesgo utilizaban un objeto, que llamaban token, el cual por su característica (peso, contextura, etc.) les podía indicar si lo que estaban viviendo era la realidad o si por el contrario, estaban viajando a través de los sueños. Al igual que en esta película, siento que necesito de un token; de uno muy especial. Algo que me haga despertar de mis fantasías, que me haga volver a mi "realidad real" y no me permita quedarme a la deriva en mi "realidad paralela" producto de mi invención. Un token que me diga: "¡Nana, despierta! Lo que tengo para ti no se compara con tus sueños". Ese token es el Espíritu Santo. Solo el Espíritu Santo puede hablar a mi corazón y decirme que lo que está en mi mente no es agradable a Dios. Solo Él puede hacerme despertar de mis fantasías y hacer que todo mi ser y sobre todo, mis pensamientos, estén rendidos a Dios. Solo Él puede darme la mente de Cristo.

"Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno" (Salmo 139:23-24).
Amén.-







lunes, 12 de mayo de 2014

Higiene del alma


Todos los días llevamos a cabo un sinnúmero de actividades relacionadas a nuestra higiene personal. Nos cepillamos los dientes, nos bañamos, nos lavamos el pelo, etc. Lo hacemos como una rutina, sin ni siquiera preguntarnos por qué o para qué; simplemente lo hacemos porque sí, porque es lo que nos enseñaron nuestros padres desde niños y porque es indicio de buena costumbre.  Lo hacemos hoy y mañana también, porque en el transcurso del día nos ensuciamos. Y aún si no sudamos excesivamente o si no nos ensuciamos de tierra o algo así, como quiera lo hacemos, pues nuestro cuerpo despide sustancias que, aunque no necesariamente estemos sucios, nunca estaríamos completamente limpios si no nos bañamos y llevamos a cabo todas esas actividades de higiene. Por más esfuerzos que hagamos en no ensuciarnos siempre necesitaremos de agua y jabón para mantenernos limpios.

De igual forma sucede con nuestra alma. Por más esfuerzos que hagamos en no ensuciarnos con el pecado, siempre terminamos necesitando limpiar nuestra alma y corazón con la sangre de Cristo. Todos los días cuando me levanto, me propongo no pecar; mantenerme pura y limpia delante de mi Señor. Sin embargo, al pasar balance al final del día, tristemente concluyo admitiendo que no fui efectiva en una que otra área y termino necesitando una limpieza… unos días más profunda que otros. 

Confieso que en cierta medida esto me molesta. Igual que el niño que se niega a bañarse porque entiende que “¿para qué bañarse de nuevo?”, me molesta el hecho de no tener la capacidad de mantenerme limpia. Y al igual que en la higiene del cuerpo, no es hasta que el niño crece y madura que acepta que la higiene es parte intrínseca de la vida cotidiana. Asimismo, en la medida que maduramos espiritualmente y crecemos en nuestra relación con Dios, vamos aceptando que la limpieza del alma es parte intrínseca de la vida de un cristiano e incluso aprendemos a no ensuciarnos tanto como cuando éramos bebés espirituales.

Mi frustración sólo es compensada por la bendición de contar con el recurso para lavarme. Imaginemos por un momento que no existiera el agua y el jabón. Imaginemos que no tuviéramos los recursos para higienizarnos diariamente. Sería un caos. Todos anduviéramos sucios y malolientes. Quizás ni cuenta nos daríamos de nuestro estado. Asimismo estarían nuestras almas si no existiera la sangre de Cristo para lavar nuestros pecados todos los días.

Como cristiana, empiezo a comprender y a aceptar que por mis propias fuerzas no soy capaz de mantenerme limpia y que mientras esté en este mundo, necesitaré acudir constantemente al “baño” que me proporciona el Señor. Si duro un día sin bañarme, ni yo misma podré soportarme. Así que “firmar un vale” y no acudir a la limpieza del alma con mi Cristo no es una opción. A veces incluso debo hacer igual como suelo hacer con mi hija de 10 años, a quien dejo bañarse sin supervisión porque ya es lo suficientemente grande; sin embargo, cada cierto tiempo debo hacer una operación de “desholline”.  Además del baño diario espiritual, también debo de vez en cuando apartar tiempo y espacio para “deshollinar” mi alma; es decir, hacer una limpieza más profunda y estar en la disposición de que el Señor me muestre esos rincones de mi corazón que he pasado por alto en mi proceso de higiene diaria.

He aprendido a disfrutar de mi proceso de higiene diaria, de igual forma como se disfruta una buena ducha. Adoro esa sensación de frescura... de olor a limpio. Entro sucia al baño que me da el Señor todos los días, pero salgo inmaculadamente limpia, totalmente renovada y segura de que aunque me vuelva a ensuciar, Él podrá limpiarme una y otra vez.

¡Oh, bendita sea la sangre de Cristo!... Que "aunque [mis] pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isaías 1:18)... TODOS LOS DÍAS. ¡Amén!

martes, 22 de abril de 2014

El cristiano y su zona cómoda

Estaba sentada en un salón de un hotel de la ciudad en un taller sobre Liderazgo. Estaba allí porque quería alcanzar mis metas y el taller prometía darme las herramientas para lograr eso. El entrenador habló de muchos temas interesantes, pero uno en particular me llamó la atención. Él tituló esa sección del taller "Zona Cómoda". Pintó en un papel un cuadrado. Dentro del cuadrado escribió algunas palabras de cosas que usualmente ya tenemos. "Trabajo", "familia"...  y algunas cosas materiales básicas. Luego, fuera del cuadrado escribió otras palabras de aquellas cosas que NO tenemos pero que nos gustaría tener. El público fue diciéndole cosas... "Mejor trabajo", "viajes", "abundancia económica", etc.  Entonces preguntó: "¿Qué hay entre lo que tengo hoy y eso que quiero que está fuera del cuadrado?" "¿Por qué no las tengo?", siguió preguntando. La conclusión era obvia: para alcanzar mis metas, necesito salir de mi zona de confort.

El entrenador puso el siguiente ejemplo: Una persona va a una heladería, de esas en donde puedes, antes de comprar, pedir que te den a probar todos los sabores que quieras. La persona comienza a probar uno por uno todos los sabores. Sabores exóticos, deliciosos y todos diferentes. Sin embargo, después de probarlos todos, cuando ya llega la hora de ordenar, la persona pide que le den un helado de "vainilla". "Así es nuestra zona cómoda", decía el entrenador. "Es como tener muchas alternativas y opciones, pero quedarnos en la que ya conocemos".

Hoy, años después de haber asistido a ese taller, me pregunto si -como cristiana- estoy en una zona cómoda. Creo que es una pregunta que vale la pena hacerse, como manera de auto-evaluación. ¿Estoy dándole a Dios todo lo que puedo darle? ¿O sólo lo que es "cómodo" darle?

¿Qué es la zona cómoda?
La parábola de los talentos que nos da nuestro Señor en Mateo 25:14-30, en cierta forma nos habla de la zona cómoda. El siervo que recibió un talento no hizo nada con él que no fuera esconderlo y esperar. Solo pensar en qué hacer con ese talento implicaba para el siervo salir de una zona de confort, pues tenía que pensar y buscar alternativas de qué hacer.  Su señor no le dijo qué hacer, simplemente se lo dio. Al llegar su señor, éste lo llamó "siervo malo y negligente". Son palabras fuertes. Está claro que lo que hizo, que fue no hacer nada, no estuvo bien. Sin embargo, muchas veces es precisamente eso lo que hacemos. Recibimos del Señor y lo que recibimos lo escondemos y esperamos, como si eso que hemos recibido fuera a dar fruto por sí solo sin ningún esfuerzo de nuestra parte.

Para el cristiano es muy fácil caer en una zona cómoda y no hacer nada o muy poco con lo que el Señor nos da. Nos mantenemos a la expectativa de que algo externo a nosotros suceda como por arte de magia y ni siquiera nos detenemos a pensar en cómo multiplicar, desarrollar y hacer crecer eso que hemos recibido. A veces nos decimos: "Estoy esperando que el Espíritu Santo me llene, me guíe..." Y sí, muchas veces lo que el Señor quiere es que esperemos, pero ¿habrán otras veces en las que usamos eso simplemente como una excusa? Para el cristiano, la zona cómoda es todo aquello que es fácil. Así de simple. Es todo lo que implique permanecer estático, no crecer. Es todo lo que viene por defecto. Ir a la Iglesia regularmente, pertenecer a algún ministerio, leer la Biblia y orar todos los días, etc. etc. Es recoger los mangos bajitos. Claro que para cada quien la zona cómoda será diferente y más aún, la zona cómoda va ampliándose cada día más. Lo que en un principio estaba fuera del cuadrado, una vez lo logramos o se convierte en un hábito, ya entra en la zona cómoda. Eso sería una batalla ganada, pero entonces sería necesario volver a mirar fuera del cuadrado y enfocarnos en eso que aún no está dentro y esforzarnos para que entre.

Tenemos que entender que la voluntad de Dios no puede ser encerrada dentro del cuadrado de nuestra zona cómoda. Sería como ver un paisaje hermoso desde el interior de una habitación a través de una ventana, y pensar que todo el paisaje es lo que el marco de la ventana nos permite ver. Para ver el paisaje completo, es necesario que al menos saquemos la cabeza.

¿Por qué el cristiano está llamado a salir de su zona cómoda?
Vi una vez un episodio de un show de comedia en la televisión norteamericana en donde alguien le decía a uno de los personajes: "Tienes que salir de tu zona cómoda". El personaje contesta: "Eso es lo más absurdo que he escuchado. ¿Por qué querría salir de mi zona cómoda? Por algo la llaman cómoda".  El chiste, sin lugar a dudas, es muy lógico. ¿Quién no quiere estar cómodo? Pero ser cristiano implica precisamente todo lo contrario. El Señor lo dejó claramente establecido cuando nos dice: "En el mundo tendréis aflicción" (Juan 16:33). "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lucas 9:23). Ambas expresiones del Señor implican "dificultad", "esfuerzo"; lo contrario a "comodidad".

Seguir a Cristo no está supuesto a ser fácil, mucho menos cómodo. De hecho, es "anti-natural", pues nuestro instinto natural es seguir los deseos de nuestra carne. Eso es lo normal. Ser cristiano, seguir a Cristo, es la antítesis de nuestra naturaleza pecaminosa. Es enfrentar nuestro pecado vs. la santidad de Jesús. Es caminar todo el tiempo en pos de esa santidad e imitar a Cristo en todo. Eso es lo que define al cristiano. Por lo que no hay duda que, como cristianos, estamos llamados a constantemente tomar nuestra cruz ("cada día") y salir de nuestra zona cómoda.

Si te sientes cómodo, si todo en tu andar con Jesús te resulta fácil, si sientes que todo está color de rosa en tu vida espiritual, si tienes las mismas preguntas, inquietudes o luchas y si eres el mismo cristiano de hace unos años ¡cuidado! Puedes que estés en una zona cómoda.

El Apóstol Pablo describió en ocasiones el cristianismo utilizando palabras como "batalla" (1 Timoteo 6:12; 2 Timoteo 4:7) y "carrera" (2 Timoteo 4;7; Hebreos 12:1). Ambas palabras implican movimiento, esfuerzo, crecimiento y luego logro. El cristiano está llamado a crecer, a moverse, a esforzarse, a no permanecer estático. El cristianismo no tolera la mediocridad. No se puede seguir a Cristo a medias. ¿O acaso le diremos al Señor que nos deje hacer esto o lo otro primero antes de comprometernos por completo con Él, como le dijo uno que quería seguirle en Mateo 8:21?

¿Qué nos mantiene en la zona cómoda?
¿Qué fue lo que hizo que el siervo que recibió un solo talento no hiciera nada con él? El siervo le dijo a su señor: "Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo" (vv. 24-25). Se destaca en su justificación una palabra: MIEDO. La mayoría de las veces que permanecemos en esa zona cómoda es debido al miedo. Particularmente pienso que el miedo es válido. Lo desconocido siempre da miedo. No saber cuál es la voluntad de Dios también da miedo. Ahora bien, ¿es justificación para no hacer absolutamente nada?

Otra justificación para permanecer en una zona cómoda es la PEREZA. Sencillamente, no queremos esforzarnos. Aplicamos a nuestra vida cristiana la ley del mínimo esfuerzo. A menudo nos apoyamos en la gracia del Señor y en la correctísima doctrina de que la salvación es por gracia y no por obras para justificar nuestra inercia. "Dios me ama y no tengo que hacer nada, que no sea arrepentirme y aceptarlo como mi Salvador, para ganar mi salvación", nos decimos a nosotros mismos. Lo cual es cierto. Pero debemos tener en cuenta que no somos el ladrón arrepentido al lado de Cristo en la cruz. Ese ladrón estaba a punto de morir y Jesús le regaló la salvación, por gracia. El señor no le dio más tiempo de vida en la tierra, pero sí la salvación. A nosotros, que estamos vivos, el Señor nos da la salvación, pero también nos da tiempo. El tiempo es como los talentos de la parábola. Es una gracia, un regalo, un recurso. La pregunta es: ¿qué hacemos con ese recurso? ¿Lo malgastamos no haciendo nada con él? ¿O lo invertimos para que produzca "intereses"?

¿Cómo salir de la zona cómoda?
Más que salir de ella, en realidad, la zona cómoda debe ampliarse. El cuadrado debe crecer cada vez más. ¿Significa esto que llegará un momento en que todo sea zona cómoda? Pues sí, ese momento llegará.... cuando estemos en el cielo con nuestro Señor. Sin embargo, mientras estemos en este mundo, siempre habrán cosas fuera de la zona cómoda que debemos integrar a la misma, o por así decirlo, siempre habrá una zona "incómoda". Nuestro trabajo es salir del cuadrado a buscar todo lo que está en esa zona incómoda y entrarlo. Para hacer esto sólo tenemos que superar los dos principales factores que nos entorpecen para darle a Dios el máximo de nosotros mismos, que son: el miedo y la pereza.

Sobre el miedo y la pereza, superarlos conlleva fe. Pero no la fe como sentimiento o simple creencia, sino la fe activa que conlleva acción. A esa fe yo la llamo la "fe responsable". "Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas" (Josué 1:9). Fíjate cómo esta confianza en Dios está acompañada de una acción por parte nuestra: esforzarse. Esa es nuestra parte, nuestra responsabilidad es confiar y esforzarnos. Dios hará su parte, que es estar con nosotros en todo momento, y ¿qué mayor fuerza que su presencia a nuestra lado?

Todo esto de "esforzarse" no puede verse de manera aislada. Tenemos que tener claro que nuestros esfuerzos no sirven de nada sino están acompañados de fe. Podemos esforzarnos todo lo que queramos, y si no tenemos fe, si no estamos dispuestos a hacer la voluntad de Dios, no servirá de nada. Seremos igual que esa rata de laboratorio corriendo en una rueda sin avanzar, simplemente agotando toda nuestra energía. Nuestros esfuerzos sin la dirección de Dios y sin tener toda nuestra confianza puesta en Él son fútiles.

Dios quiere más de ti y de mí
Ahora mismo sé que el Señor quiere más de mí. Lo sé porque Él no espera menos que TODA nuestra vida. Dios no espera de ti cuando le entregas tu vida que la separes en diferentes "departamentos", y que sólo le entregues tu vida "cristiana" o "eclesiástica" o "espiritual". Debes someter todas las demás áreas de tu vida, TODA tu vida, a la soberanía de Dios. Tu vida profesional, tu vida social, tu vida amorosa, tu vida familiar, tu vida económica.... toda tu vida. Mientras haya áreas de tu vida en donde seas tú quien mandes y no el Señor, entonces sabrás que Él quiere más de ti.

Sé que Dios quiere más de mí también porque sé muy bien de lo que soy capaz. No puedo decir que no sé qué Dios quiere de mí con falsa humildad, pretendiendo no saber que tengo habilidades para hacer esto o aquello. Dios me ha dado capacidades, habilidades, talentos, dones, recursos. Yo los conozco, están en mí. Algunos hay que desarrollarlos, otros ya están listos para ser usados. La pregunta es: ¿qué estoy haciendo con ellos? Mientras haya una habilidad en tu vida que no estés poniendo al servicio de Dios, entonces sabrás que Dios quiere más de ti.
   
Pero no debemos confundir salir de la zona cómoda y darle más de nosotros al Señor con llenarnos de actividades y proyectos al punto de llegar a ser ineficientes y de drenar nuestro espíritu. Dios quiere más de nosotros, pero salir o ampliar la zona cómoda no quiere decir convertirnos en cristianos super ocupados. No quiere decir estar en diez ministerios al mismo tiempo y llegar al punto del agotamiento. No quiere decir llenar nuestra agenda de obras para Dios y actividades de la iglesia. Quizás para algunos quiera decir todo lo contrario. Quizás mantenerse super ocupado sea la zona cómoda de alguien. Dios no quiere que simplemente "hagas cosas", Dios te quiere a ti. Quiere tu corazón. 

Pensemos por un momento en la historia del joven rico que encontramos en tres de los Evangelios (Mateo 19:16-30; Marcos 10:17-31; Lucas 18:18-30).  Es una historia tan triste. El joven era un cumplidor. Hacía todo lo que había que hacer. Cumplía los mandamientos; hasta el del amor al prójimo. Era un hombre bueno, justo, agradable a Dios. Me gusta mucho como en la versión de Marcos, dice "Entonces Jesús, mirándole, le amó..." (Marcos 10:21). Pero ni aún eso era suficiente. ¿Por qué? ¿Por qué ser bueno, hacer cosas para el Señor, ser justo, amar al prójimo, no es suficiente para Dios? Porque Dios quiere nuestro corazón. Para el joven rico, faltaba ese pequeño detalle: su corazón. Toda la lista de mandamientos que el Señor le dijo eran zona cómoda para él. Me imagino diciendo "checked" a cada uno de los ítems que Jesús le decía. Pero renunciar a sus riquezas era salirse de su zona cómoda, porque implicaba dar todo su corazón a Cristo.

Hazte la siguiente pregunta: ¿Estoy realmente dándole mi corazón a Dios? ¿O simplemente estoy poniendo cotejos a una lista de requisitos de lo que me he inventado significa ser cristiano?

Cuando nos vemos forzados a salir de la zona cómoda
Algo que sí tengo por seguro es que el Señor puede revelarnos que estamos en una zona cómoda trayendo circunstancias a nuestras vidas que nos obliguen a remenearnos, a despertar, a abrir los ojos. Cuando este tipo de circunstancias lleguen a tu vida, pregúntate: ¿Qué quiere mostrarme el Señor? ¿Qué comodidad quiere el Señor que abandone? ¿Por qué? ¿Para qué?

La respuesta a esta última pregunta, en mi caso particular, pienso que es para que yo crezca en santidad. El Señor quiere que crezcamos en el conocimiento de Él. ¿Y para qué quiere Él que crezcamos en santidad? Para que podamos estar cada día más cerca de Él. El objetivo final de Dios es tener una relación contigo y conmigo, estar cerca de ti y de mí. Pero Él no puede estar cerca del pecado. "Como aquel que os llamo es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo" (1 Pedro 1:15-16).

El Señor también nos manda circunstancias a nuestras vidas para probar nuestra fe.  "Aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo" (1 Pedro 1:6-7). Es decir que nuestra fe es probada. ¿Probada a quien? ¿A Dios? Dios no necesita probar nuestra fe. Él es Dios; Él lo sabe todo. No necesita diseñar una prueba para ver qué tan grande o buena es nuestra fe. Él ya sabe eso. Lo que necesitamos probar nuestra fe somos nosotros. Cada circunstancia que pone a prueba nuestra fe es para que nosotros comprobemos cómo opera la fe en nuestras vidas y podamos ver su poder.

Descubriendo tu zona cómoda
No sé cuál es tu zona cómoda, o tu zona incómoda. Tampoco estoy clara, para ser honesta, en cuál es la mía. Ahora mismo estoy en oración para que el Señor me la muestre. Quizás tu caso sea que hayas estado en un ministerio por tanto tiempo que ya lo haces hasta con los ojos cerrados. Quizás sea que debes elevar la barra en tu nivel de profundidad en el estudio de la Palabra de Dios. Quizás sea que no estás evangelizando con el mismo ímpetu que lo hacías cuando recién te convertiste. O quizás sea que tu tiempo a solas con Dios debe ser extendido. Solo el Señor puede revelarte esas cosas. Lo que yo estoy haciendo en este momento, es orando y pidiéndole al Señor que me revele en qué área de mi vida debo ampliar mi zona de confort.

Las listas siempre ayudan. Empieza por tus talentos. Haz una lista de tus talentos (desarrollados y potenciales). A la derecha escribe para cada uno cómo lo estás utilizando para Dios. Luego sigue con tu tiempo de intimidad con Dios. Evalúa cómo está ese tiempo. Pregúntate si estás poniendo tu corazón en cada segundo que pasas a solas con Dios. O simplemente, ponte de rodillas y hazle la siguiente pregunta al Señor: "Oh, Padre, dime qué más puedo darte". Pero procura que tu corazón esté listo para escuchar la respuesta del Señor y no entristecerte y marcharte como lo hizo el joven rico, pues de seguro implicará salir de tu zona cómoda. ¿Estás listo?
¡Dios te bendiga! 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

METAS

Como todos los años, en esta época, entre el final y principio de año, ya es prácticamente tradición y hábito apartar un tiempo para establecer las nuevas metas para el año entrante (aunque no siempre son nuevas). Yo lo hago todos los años. Pero este año quiero invitarte a que cuando hagas ese ejercicio de reflexión, tomes en cuenta algunos principios. Para ser honesta, es la primera vez que aplicaré estos principios, pero me atrevo a compartirlos aun cuando no tengo la experiencia de haberlos aplicado bajo el contexto de las metas del año, porque estoy cien por ciento confiada y segura de que funcionarán.

Y sé que funcionarán por una sencilla razón: he probado todo lo demás y no ha funcionado. Lo que más he adquirido en los últimos años de mi vida es conocimiento y herramientas para lograr el éxito, alcanzar las metas propuestas, obtener prosperidad, etc. etc. Más de dos docenas de talleres, como participante, como personal de apoyo y hasta como facilitadora; más de una docena de libros sobre superación personal, y aun así, hoy puedo decir sin temor a equivocarme que no han servido de nada.  Si al igual que yo, has estado expuesto a este tipo de información, te digo: Puedes tirar todo eso a la basura. 

Puede que alguien piense que estoy siendo poco razonable al hacer esta afirmación, incluso puede que me digan: "Que no te hayan funcionado a ti, no quiere decir que no puedan servirle a otros", pues esos conocimientos y herramientas que nos han enseñado para alcanzar metas de hecho sí le han funcionado a mucha gente. Y estoy de acuerdo; yo misma lo he visto. Es cierto si lo miras bajo la perspectiva de que alguien se propuso una meta, aplicó los conocimientos y herramientas aprendidos para alcanzarla, y la alcanzó. ¿Pero es eso realmente lo que la persona estaba buscando cuando se propuso esa meta?  

Cuando nos proponemos una meta o nos ocupamos en algo que realmente deseamos, ¿es la meta en sí misma lo que queremos o mas bien buscamos el sentimiento de satisfacción o de felicidad que creemos que esa meta nos proporcionará? La verdad es que no es la meta lo que buscamos, sino lo que pensamos que esa meta puede darnos. Si lo vemos desde esa perspectiva, entonces veremos cómo mucha gente que han alcanzado todas las metas que se han propuesto en la vida, al final como quiera no se sienten satisfechos. Esto es porque se han enfocado en la meta superficial y no en la meta de fondo, la meta real. Es lo que está detrás de la meta lo que verdaderamente importa, no la meta en sí misma.

Con eso en mente, les listo a continuación cinco principios que entiendo nos servirán para alcanzar lo que está detrás de las metas y de paso, también las metas mismas. Son principios que entiendo todo cristiano que ame a Dios debe seguir, no sólo para el inicio de año para lograr lo que nuestro corazón anhela, sino también para toda nuestra vida y para lograr ser mejores cristianos a la luz de la Palabra.

Principio #1: Busca primeramente el reino de Dios

"Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas." [Mateo 6:33]

Es uno de mis versículos favoritos. Está en rojo en mi Biblia, es decir, que son palabras del mismo Señor.  Sin embargo, tristemente no lo aplico todo el tiempo en mi vida como quisiera. Este año me propongo hacerlo.

¿Qué significa buscar primeramente el reino de Dios y su justicia? 

A lo largo de todos los Evangelios el Señor Jesucristo nos enseña lo que es el reino de Dios. Cada parábola dada por el Señor es para ilustrarnos en qué consiste el reino de Dios. Su vida, muerte y resurrección es la más alta representación del reino de Dios. Quiere decir que buscar primeramente el reino de Dios significa buscar a Dios; ser la semilla plantada en buena tierra que oye, entiende y da fruto [Mt. 13:1-9, 18-23]; es ser el trigo y no la cizaña que es echada al fuego [Mt. 13:24-30, 36-43]; es dejarlo todo y seguir a Cristo; es tratar cada día de parecernos más a Jesús, amando, predicando su Evangelio, atendiendo al pobre y al necesitado, sirviendo a los demás, amando verdaderamente al prójimo, poniendo la otra mejilla, dando la milla extra aunque nos duela en la carne. Buscar primeramente el reino de Dios y su justicia es ser verdaderos discípulos de Cristo.

Pero ¿cuáles son "todas esas cosas" que nos serán dadas? 

¿A que se refería Jesús? En el versículo 31 anterior, Jesús nos dice: "No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?". Quiere decir que "todas esas cosas" son todo lo que tiene que ver con nuestro sustento y con las cosas materiales que necesitamos o deseamos como seres humanos. Jesús nos enseña a que no nos preocupemos por eso y nos promete que si buscamos primero Su reino, en lugar de estas cosas, él nos proveerá de ellas como un plus. 

Digo como un "plus" pues no que estas cosas materiales serán una recompensa por buscar primero el reino de Dios, pues la verdadera recompensa no la veremos en este mundo. Si "buscas" primeramente el reino de Dios para obtener la recompensa aquí en la tierra de prosperidad, éxito, etc. entonces realmente no estás poniendo a Dios primero en tu vida. Cuestiona todo el tiempo tus motivaciones, pídele al Señor que escudriñe tu corazón y te revele si estás haciendo cosas supuestamente "espirituales" para obtener méritos terrenales. Es como cuando le prometo un premio a mi hija si saca buenas notas. Ella sin duda se esforzará para obtener ese premio, pero la verdad que el premio inmediato por sacar buenas notas no es el verdadero premio; el verdadero premio será la vida decente que podrá algún día tener gracias a una carrera profesional, la cual no obtendría si no sacara buenas notas. El premio, dice el Apóstol Pablo, es el "supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús". 

"Yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús". [Filipenses 3:13-14]  

Este año, al establecer tus metas, pon primero las metas espirituales, y por último las materiales. Es más, pon sólo las metas espirituales, pues el Señor nos dice que ya el Padre sabe cuáles son nuestras necesidades [Mt. 6:32].  Entonces ¿para qué poner como meta cambiar el carro este año? Si realmente necesitas cambiar el carro, el Señor lo sabe.  Para cada meta que escribas, hazte la pregunta ¿esta meta busca primeramente el reino de Dios? 

Y quiero que pienses por un momento en algo que todos queremos: prosperidad económica.  Si eres creyente, ten cuidado cuando pidas por prosperidad. No es que tenga nada de malo la prosperidad, mucho menos pedirla al Señor, pero de la abundancia del corazón habla la boca [Mt. 12:34]. Si nuestras peticiones al Señor están llenas sólo de cosas materiales, quiere decir que el interés por las cosas materiales es lo que impera en nuestros corazones; entonces debemos preguntarnos si estamos realmente buscando primero el reino de Dios. Haz que además de tus metas, también tus oraciones estén llenas de peticiones espirituales. Empieza a pedirle al Señor por prosperidad espiritual, no material. Todos asociamos la prosperidad con abundancia económica y éxito en general en la vida, pero la verdadera prosperidad del cristiano es una vida que agrade a Dios.

Principio #2: Proponte una única meta: agradar a Dios

Visto el principio anterior de buscar primeramente el reino de Dios, todas las metas que podamos tener deberán poder resumirse en una sola: agradar a Dios.  Ése y no ningún otro debe ser el móvil de todo nuestro accionar y vivir. 

Soy consultora en planificación estratégica y lo primero que les digo a mis clientes es que antes de establecer una estrategia, objetivos o metas, es necesario establecer primero una MISIÓN y luego una VISIÓN, las cuales deben estar apoyadas de VALORES. Esto es básico en el proceso de planificación de una empresa. La misión es el propósito, el para qué, y la visión es hacia dónde nos dirigimos. La misión no cambia, pero la visión puede ser actualizada periódicamente. Son estos tres elementos que sirven de base para forjar una estrategia, es decir, el cómo. En el caso del cristiano, la misión es agradar a Dios; ese es nuestro propósito en la vida, el para qué vivimos. Y la visión es agradar a Dios y los valores, también agradar a Dios. ¿Por qué los tres elementos son iguales? Pues si nuestro propósito (la misión) es agradar a Dios, hacia donde nos dirigimos (la visión) también debe ser agradar a Dios, y por supuesto, los valores serán todos los que agraden a Dios, que se resume en las siguientes palabras de Jesús:

"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" [Lucas 10:27]

Pero ¿qué es agradar a Dios?

 El Señor nos dice que si le amamos, debemos guardar sus mandamientos, y que el amor de Dios es precisamente eso, obedecerle [Juan 14:15, 21, 15:10]. Es decir que agradar a Dios es obedecerle, de igual manera como le pedimos a nuestros hijos que nos obedezcan si quieren verdaderamente agradarnos.

Este año, antes de establecer tus metas, haz un examen a tu vida e identifica todo aquello que sabes no agrada a Dios. Cambiar esas cosas que no agradan a Dios debe ser tu prioridad; esas cosas deben ser las primeras metas que encabecen tu lista. Cuando hayas terminado de listar todas aquellas cosas que estás haciendo que NO agradan a Dios, entonces continúa tu lista con otras cosas que pudieran agradar a Dios pero que aún no estás haciendo.

Principio #3: Somete todo a la voluntad de Dios

A veces me hago esta pregunta: ¿Por qué otros logran lo que quieren y yo no? Algunos amigos me dirán que es por mi falta de disciplina y compromiso; y otros dirán que es porque no me enfoco y quiero abarcar demasiado. ¿Y saben? Ellos tiene razón: soy indisciplinada y desenfocada. Sin embargo, no creo que esa sea la única razón por la cual no siempre obtengo lo que me propongo. En verdad pienso que aquello que no logro alcanzar es porque no es la voluntad de Dios, y si no es la voluntad de Dios, entonces no me conviene.

Es por esta razón que insisto que nuestras metas deben ser todas espirituales, porque las otras metas, las no espirituales (aunque no necesariamente estrictamente materiales), deben estar alineadas a la voluntad de Dios, y muchas veces no sabemos si es así. Las metas espirituales, por el contrario, ya sabemos de antemano y estamos seguros de que son la voluntad de Dios. Lo primero que tenemos que tener presente es que Dios tiene un plan para nosotros, y puede que nos lo revele como puede guardar el secreto y darnos una que otra sorpresa. Lo importante es estar claro en que los planes de Dios son perfectos y son para nuestro bien.

"Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis." [Jer. 29:11]

Muchas veces tenemos que someternos y aceptar que algo que pedimos o por lo que arduamente hemos luchado no está dentro del plan maestro de Dios para nosotros. Cuando establezcas tus metas, por más nobles y "cristianas" que parezcan, recuerda siempre orar diciendo: "Señor, sólo si es tu voluntad".

Y si te estás preguntando la pregunta que miles de veces me hecho de por qué, incluso gente que considero malísima, les va bien, obtienen todo lo que quieren y son exitosos y prósperos en la vida y tú no, entonces te invito a que leas los Salmos, especialmente aquellos que hablan de lo que le pasará al injusto.  Puede ser que en esta vida ellos estén bien, que ya hayan obtenido recompensa en su vida terrenal, pero la recompensa del cristiano no es de esta tierra, así que si no obtienes nada de las cosas buenas de este mundo, entonces recuerda las bienaventuranzas de Jesús. ¿De quién es el reino de los cielos? De los humildes, de los niños, de los pobres, de los que sufren, de los que lloran, de los últimos...

Principio #4: Ten paciencia. Todo será en Su tiempo

Esta es mi parte menos favorita, pues suelo ser muy impaciente. Un test psicológico al que me sometí cuando era más joven, concluyó diciendo lo siguiente sobre mi personalidad: "Mirtha es una persona muy impaciente y es adicta a la inmediatez". Esa frase no podía describirme mejor. Todos los días el Señor me enseña a ser paciente y a esperar en Él. Y no que lo haya alcanzado ya, pero prosigo hacia la meta (como dice el Apóstol Pablo).

No es casualidad que la paciencia es uno de los atributos que se utiliza para describir el fruto del Espíritu [Gá. 5:22]. Escuché una vez un sermón del Pastor John Nuzzo de Victory Family Church en Cranberry, Pennsilvania, donde decía que a veces le pedimos paciencia al Señor de la siguiente manera: "Señor, dame paciencia.... y dámela rápido". Por supuesto, todos en la audiencia rieron. Pero él continuó explicando que los atributos del fruto del Espíritu: 1) son inseparables; es decir, no puedes tener amor, pero no paciencia, o gozo, pero no amor; si tienes el fruto del Espíritu, entonces se podrán evidenciar en ti los nueve atributos (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,  mansedumbre, templanza), pues el fruto del Espíritu es uno solo (no es casualidad que dice "el fruto" y no "los frutos"); y 2) el fruto del Espíritu no es algo que puedas pedir. Esto último me llamó mucho la atención, pues en la Biblia dice, por ejemplo, que el que no tenga sabiduría que se la pida a Dios [Stg. 1:5]; entonces, ¿por qué no puedo orar por paciencia, o por amor, o por gozo? Humm! No me quedaba claro por qué no. No ha sido sino en mi breve caminar en mi propia vida cristiana y relación con Dios que he podido verdaderamente entender esto. El Señor me ha mostrado cómo tengo que tener paciencia incluso en el camino hacia el conocimiento pleno de Él. Y es que el fruto es un resultado de un proceso que implica una alimentación y exposición a los elementos adecuados. Al igual que el árbol que necesita la luz y el agua, así nosotros necesitamos alimentarnos cada día de la Palabra de Dios para poder crecer. El fruto es el resultado de un crecimiento, de una madurez (el árbol no da fruto sino hasta que está listo para hacerlo), y conlleva tiempo y dedicación. Por eso no se ora por paciencia, sino se trabaja en ella alimentándonos de la Palabra y manteniendo una relación cercana con el Señor.

Entonces si no logras todo lo que te propones para este año próximo, incluso si no alcanzas tus metas espirituales, simplemente ten paciencia. El Señor tiene su tiempo y su tiempo siempre será perfecto, aun cuando hoy no puedas entenderlo. Espera en el Señor. Lo bueno de esperar en el Señor es que Él en el interim nos consuela. El Apóstol Pablo se refiere a Dios en Romanos 15:5 como "Dios de la paciencia y de la consolación".

Principio #5: Pon tu confianza en el único que puede ayudarte a alcanzar tus metas

Por último, pon todos tus planes, tus metas, tus sueños, toda tu vida en manos de quien te amó primero, dio Su vida por ti y que además, tiene el poder para concederte todas las cosas.  Muchas veces fracasamos porque queremos hacer las cosas por nuestros propios medios. Nos olvidamos que sin Dios no somos nada, y entonces el Señor nos lo recuerda. Robert Allsup, del ministerio Global Advance, en una predica reciente en mi iglesia, decía que si logramos las cosas por nuestros propios medios, entonces el mérito es nuestro y no de Dios. No podemos olvidarnos de nuestra misión, que es agradar a Dios, y glorificar a Dios, que viene siendo lo mismo. Cada meta, cada propósito, cada acción en tu vida debe ser para la gloria de Dios.

Así que, al perseguir tus metas durante este nuevo año, no confíes en ti mismo, ni en nadie, ni en la economía, ni en las circunstancias, sólo confía en Dios y ten fe de que Él te guiará por el perfecto camino de Su voluntad.

jueves, 30 de mayo de 2013

¿CUÁNDO?


¿Cuántas veces nos hemos hecho esta pregunta cuando esperamos o ansiamos algo? ¿Cuántas veces le hacemos esa pregunta al Señor en nuestras oraciones? Le decimos: "Señor, ¿cuándo? ¿cuándo?".

La respuesta está en Hechos 1:7.  Los discípulos le preguntaban al Señor si restauraría el reino a Israel en ese tiempo, es decir, en el tiempo de ellos. Se preguntaban cuándo; si ellos lo verían. El Señor les responde...
"No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad".

Esa respuesta me hace pensar en mi hija Alina, cuando le prometo llevarla, por ejemplo, a comer helado, pero no le digo cuándo. Ella se pone ansiosa y comienza a preguntarme "Mami, ¿vamos a ir ahora?".  Respondo pacientemente "No, Alina, ahora no".  Ella vuelve y pregunta "Mami, ¿iremos esta tarde?".  "No, Alina, esta tarde Mami no puede, tengo que trabajar" -le respondo.  Pero ella no se está quieta y vuelve y me dice "Pero Mami, iremos hoy, ¿verdad?".  Ya no tan pacientemente y arrepentida de haberle hecho la promesa, le respondo: "Alina, no iremos hoy, y menos ahora contigo insistiéndome tanto; ya te dije que iremos a comer helado pronto".  Pero no se queda ahí la cosa; ella continúa insistiendo hasta que por fin me dice "Mami, por favor, dime cuándo", como si toda su vida dependiera de mi respuesta.  Ella no hace una rabieta, pues sabe que si lo hace sus probabilidades de comer helado disminuirán a cero, pero ganas no le faltan de romper a llorar y gritar "Lo quiero ahooraaaa!".  Esa misma soy yo en mis oraciones.  El Señor me ha dado tantas bellas y maravillosas promesas y todo el tiempo estoy preguntando ¿cuándo, cuándo, Señor? Y es que mi carne es amante de la instantaneidad, de la inmediatez. Quiero todo para ya, incluso las promesas del Espíritu. Ya quiero ser adulta en el conocimiento de Dios, cuando apenas acabo de nacer.  Mi mente no acaba de entender que es un proceso.

El Salmo 1 habla de las bienaventuranzas del justo y dice que..
 "será como árbol plantado en corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo" (v.3)
Primeramente, la analogía es con un árbol, lo cual implica todo un proceso de siembra, crecimiento y alimento, es decir, necesidad de estar junto a "corrientes de agua" (que no puede ser más que su Palabra). Segundo, el fruto es EN SU TIEMPO. El fruto no viene de inmediato; es en su tiempo, cuando esté listo, cuando hayan sucedido toda una cadena de eventos previos necesarios para formar ese fruto.  Y aquí pienso en la palabra utilizada en Hechos 1 en donde dice que nosotros no tenemos que saber los tiempos del Padre, y también menciona "los sazones".  ¿Qué son los sazones de Dios?  Además de la primera imagen que nos viene a la mente de cebolla, verduras, cilantro, ajo, etc., si buscamos en el Diccionario de la Real Academia Española la palabra sazón, encontraremos que significa (viene del latín satĭo, -ōnis, acción de sembrar, sementera) 1. Punto o madurez de las cosas, o estado de perfección en su línea. 2.  Ocasión, tiempo oportuno o coyuntura. 3. Gusto y sabor que se percibe en los alimentos. Y que a la sazón, significa: En aquel tiempo u ocasión. Y en sazón: Oportunamente, a tiempo, a ocasión. 
Vista estas definiciones, no puedo evitar pensar que el Señor definitivamente me está cocinando, pero aún no estoy en el "punto o madurez de las cosas, ni en estado de perfección".  Tampoco aún tengo el "gusto y sabor" que debo tener. ¿Acaso se puede sacar un bizcocho del horno antes de que haya pasado el tiempo que necesita?  El Señor aún no ha terminado su obra en mí.
Para que eso suceda, sólo tengo que buscarle.
"Acercaos a Dios, y El se acercará a vosotros"
[Stgo. 4:8a]
  
Pero el resultado de la comunión y conocimiento de Dios no es inmediato, porque es que Dios no nos puede ser revelado de un sólo golpe; no estamos preparados para eso. El conocimiento de Dios debe ser dosificado, de manera que pueda caber en nuestro limitado entendimiento. Es un proceso y debemos no sólo honrar ese proceso, es decir, ser obedientes y pacientes durante el mismo, sino que también debemos aprender a disfrutarlo. Dejar la ansiedad, la desesperación, la impaciencia. Buscándole todo el tiempo, y esperando sólo en El.

En conclusión, no es cuando yo quiera, mucho menos cómo yo quiera; no es cuando yo piense que debe de llegar, es cuando El quiera; será en SU TIEMPO.  Mi oración al Señor no debe ser entonces preguntarle cuándo, sino pedirle que me continúe "sazonando" con sus sazones. Amén.

lunes, 6 de mayo de 2013

AMOR

Nunca imaginé que escribir sobre la palabra "amor" me iba a resultar tan difícil.  Lo que estaba supuesto a tomarme no más de una semana (se supone que sea una palabra cada semana), en realidad, me ha tomado tres semanas de estudio y meditación sobre el  tema, sólo para descubrir que me falta muchísimo que aprender y que probablemente no llene ni siquiera mis propias expectativas con estas líneas, ni pensar en las expectativas de mis lectores.  Pero creo que es hora de compartir esta reflexión que, aunque inconclusa en muchos aspectos, y un poco larga para las características de un blog, pienso que pudiera ser de bendición y edificación tanto para cristianos, como para aquellos que aún no conocen el amor.  
 
A propósito, si piensas que sabes lo que es el amor, pero no conoces a Dios, estás totalmente engañado.  El amor del que hablo en esta publicación no es el amor que humanamente conocemos.  Pudiera decirse que ese amor al que nos referimos humanamente y de una manera tan fácil y hasta coloquial, en realidad no es más que una imitación barata del verdadero amor.  Pudiéramos referirnos a ese amor como un amor "calaberita"; es decir, de mala calidad y que no es de la marca auténtica.  Escoger la imagen de esta publicación me fue sumamente difícil, pues si buscas en Internet imágenes para la palabra amor, en unos breves segundos la pantalla de tu computadora se convertirá en una roja explosión "sanvalentinezca" caracterizada por un despliegue de corazones y frases que más cursis no pueden ser.  Alguien debería decirle a Google que el amor es más que corazones y frases bonitas; aunque reconozco que representar el amor en una imagen es prácticamente imposible y que todo eso de los corazones no es más que un humano intento de representar algo a lo que aún no hemos podido darle una explicación.  De algo sí estoy segura y es que el verdadero significado del amor sólo lo podré encontrar en la Biblia.  Por esta razón pienso que la imagen que terminé escogiendo, luego de mucho buscar, de un libro (la Biblia) formando con sus hojas un corazón, es la que mejor representa la idea que quiero transmitir: el verdadero amor viene de Dios, y la primera evidencia de ello y cómo aprender a amar sólo podemos encontrarlo en Su Palabra.  Es un simple intento, pues lo reitero, es imposible encasillar el verdadero significado del amor en toda su amplitud, en una sola imagen.
 
El amor de Dios
"Cristo te ama".  ¿Quién no se ha encontrado alguna vez en la calle con alguien que en lugar de decir "hola" o "buenos días", te sale de repente con un "Cristo te ama"?  ¿O quién no se ha encontrado con esta frase en una carretera en algún letrero o en el bumper de algún carro o en el cristal de algún minibús?  Pero ¿qué significa en realidad? Lamentablemente esta es otra de mis preguntas sin respuestas, porque es que el amor de Dios literalmente "excede a todo conocimiento" [Ef. 3:19].  Esto puede significar sólo una cosa: no podemos entenderlo.  Debo reconocer que entender esto -es decir, entender que no lo podré entender (valga la redundancia)-, fue un gran alivio para mí, pues me atormentaba no poder descifrar el enigma.  Como ser humano que soy, quisiera obtener alguna respuesta concreta, lógica, hasta científica por así decirlo, de qué significa el amor de Dios, y más allá aún, por qué.  ¿Por qué Dios ama a la humanidad? ¿Por qué me ama a mí?  
 
A mi modo de verlo, ante el misterio del amor de Dios, hay distintas opiniones.  Están los que como no encuentran una respuesta lógica que sus mentes puedan entender, deciden entonces rechazar el amor de Dios como una verdad.  "Como no lo entiendo, pues entonces no es cierto; no existe el amor de Dios".  Estas personas, al rechazar el amor de Dios como una realidad, están por supuesto rechazando la misma existencia de Dios. Porque DIOS = (es igual a) AMOR.  Esta falta de entendimiento muchas veces hace que cuestionemos el amor de Dios.  "Si Dios nos ama, ¿por qué permite que nos sucedan cosas malas? ¿Cómo puede Dios amarme si ha permitido que pierda a mi hijo(a), a mi esposo(a)? ¿Cómo puede permitir que sucedan terremotos, guerras, enfermedades, plagas, desgracias en el mundo y en nuestras vidas personales?"  La respuesta es sencilla, aunque algunos no la comprendan, o quizás, no quieran aceptarla.  La única causa del sufrimiento es el pecado. 
 
Sin ánimos de simplificar más de la cuenta un asunto tan teológica y espiritualmente profundo, entiendo que la historia se pudiera resumir de la siguiente manera: Dios crea al hombre y a la mujer libres; libres para decidir.  Pero el hombre y la mujer, como son libres, deciden pecar, es decir, desobedecer a Dios.  A partir de ese momento, somos condenados.  Pero ¿por qué? -se preguntará alguno.  ¿Por qué Dios creó al hombre y a la mujer con la posibilidad de pecar? ¿Para qué nos dio libre albedrío?  Quizás la pregunta que deberíamos hacernos es ¿para qué Dios quisiera crear "robots", sin alma, sin corazón, sin voluntad?  Lo que nos distingue y nos hace únicos en la creación es precisamente esa libertad.  Fuimos creados igual que El: santos, limpios, puros, pero el pecado nos dañó. 
 
Quizás alguien también se pregunte, pero ¿por qué Dios nos tiene que castigar por el pecado?  Si Dios es amor ¿por qué nos condena?  Más de una vez he sido acusada por filósofos humanistas de que mi percepción de Dios está equivocada. Me acusan de que para mí, Dios es un dios sádico, que castiga a sus hijos por haberles desobedecido, para luego "perdonarlos", pero aunque los perdona, como quiera eso no los exime del sufrimiento, porque aún si se convierten y aceptan la historia de la cruz, pudieran pasar por tribulaciones y sufrimiento, para que la gloria de este dios egoista se manifieste. Para ellos, la fe en Dios es algo que los seres humanos simplemente necesitamos para satisfacer un vacío espiritual; como una especie de cuento que necesitamos creernos para ser felices.  Y a lo que la Biblia y yo llamamos Dios, ellos llaman "universo" o "energía".  Si acaso te ha cruzado este tipo de razonamiento por la cabeza, te digo, apártate de él, porque este razonamiento, esta filosofía, no es más que una negación de la esencia misma y naturaleza de Dios.  Muchos de estos filósofos en realidad  tienen una  tendencia a obviar que el universo y toda energía fue creada por Dios y ese Creador es santo y perfecto y no convive con el pecado.  Por eso la separación del hombre y la mujer de Dios a través del sufrimiento y el dolor, y por eso también a través del sufrimiento y el dolor -pero esta vez de Dios hecho carne- es que somos reconciliados con El.   
 
Por otro lado, están los que simplemente nos rendimos ante las maravillosas manifestaciones del amor de Dios y lo aceptamos como un hecho, como una verdad, y aún cuando no comprendamos bien el por qué, por fe aceptamos y nos decimos a nosotros mismos: "Dios me ama".
 
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". 
[Juan 3:16]
 
La Biblia no dice en esta porción por qué Dios amó al mundo, sólo dice que fue "de tal manera", es decir, un amor tan pero tan grande, que hizo que Dios buscara la forma de eliminar la distancia entre El y los hombres, a través del santo sacrificio de Su Hijo.  Y siendo justos, ¿pudiera existir en verdad alguna razón válida para que seamos dignos del amor de Dios?  Dios no tuvo que amarnos, sin embargo, lo hizo.  Si el Evangelio, es decir, la historia de Jesucristo y su sacrificio en la cruz no te es suficiente, entonces simplemente para por un momento y mira la magnificencia de la misma Creación.  ¿No es esto suficiente evidencia de amor? 
 
El Evangelio y la Creación son evidencias irrefutables y suficientes del amor de Dios; sin embargo, continúan siendo una verdad genérica, es decir, para todos.  Sólo es posible experimentar el amor de Dios a través de una experiencia personal en nuestras propias vidas y como es personal, será diferente para cada quien.  En mi caso en particular, pude ver la manifestación del amor de Dios en mi vida cuando por fin me di cuenta de Su misericordia y fidelidad para conmigo.  Sin importar que tan lejos estuviera de El, Dios no se olvidó de mí y aún en medio de mi peor momento, mostró Su misericordia para conmigo.  Me viene a la mente la frase popular "Dios aprieta pero no ahorca"; en mi caso, pudiera decirse que fui apretada y ahorcada (no por Dios, pues simplemente estaba viviendo las consecuencias de mis pecados), pero Su misericordia actuó sobre mí como si El mismo me hubiese dado respiración boca a boca para traerme de nuevo a la vida.  ¿Y qué de Su fidelidad? Oh, Su fidelidad.  El que ama, cumple toda promesa, de eso no hay duda, y Dios prometió estar a mi lado, y sin importar mi infidelidad hacia El, Su fidelidad ha sido inagotable.
 
"¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? .... ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro."
[Romanos 8:35,39]
 
Pudiera escribir por horas y horas, páginas y páginas, sobre el amor de Dios y cómo se ha manifestado y se continúa manifestando en mi vida.  Es un tema amplio y profundo, como Su misma existencia.  Nuestras mentes no lo podrán entender, por lo menos no en este plano terrenal.  Sin embargo, para mí, lo que más se acerca a describir el amor de Dios son esas cuatro evidencias: la Creación, el Evangelio, Su Misericordia y Su Fidelidad.  Ojalá que la próxima vez que la persona que se te acerque (probablemente alguien que califiques como un "evangélico fanático") para decirte "Cristo te ama", puedas contestarle "Si, lo sé".
 
El amor como mandamiento
Desde niños nuestra cultura nos enseña que el amor es algo que sale natural del ser humano.  En una familia, lo natural es que los miembros se amen entre sí.  La gente también se enamora, y esto sucede en ocasiones sin uno esperarlo y de una manera tal que pareciera que no tuviéramos ningún control o decisión sobre ello.  A mí me encanta estar enamorada.  Definitivamente, es algo super natural en mí. Ese instinto fluye por mis venas y se manifiesta a veces hasta imprudentemente, pues "no lo puedo evitar, es lo que siento en mi corazón" -me digo a mí misma.  Ese amor es fácil y definitivamente, creo que realmente hay una predisposición natural en el ser humano para amar.  Sin entrar en el debate de si el "enamoramiento" es amor verdadero o no, veamos este amor familiar y romántico, como una capacidad innata de la raza humana.  Yo lo llamo el "amor de fábrica"; es decir, el amor que viene por defecto en nuestro sistema.  Estamos diseñados de fábrica para experimentar este amor. Incluso científicamente esto es una realidad, pues existen hormonas que inciden en la química de nuestro cuerpo que se han relacionado con episodios de amor en el ser humano, como cuando una mujer da a luz, cuando amamanta, durante el sexo, etc.  No es necesario que nos enseñen este amor, pues es parte de nuestro ADN.
 
Sin embargo, Jesús vino a enseñarnos otro tipo de amor.  Un amor igual al de El por nosotros.  Un amor que implica sacrificio y sobre todo, un amor que no es merecido o justificado.  Practicar este amor no es sencillo; en realidad, es muy difícil.  Por eso es un mandamiento, una ley. Si fuera fácil, no tuvieran que mandarnos a practicarlo, nos saldría naturalmente.  Por eso se nos manda en la Biblia a:
  1. Amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente [Mt. 22:37; Mr. 12:30; Lc. 10:27]
  2. Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos [Mt. 22:39; Mr. 12:33; Lc. 10:27]
  3. Amar a nuestros enemigos [Mt. 5:43-44; Lc. 6:27,35].
Amar a Dios es el primer mandamiento, y tiene todo el sentido del mundo, pues una vez se logra el primero, el segundo ya entonces se hace fácil, igual el tercero que viene siendo el mismo. Y aún más allá, el amor es la fuerza que mueve al cumplimiento con el resto de los mandamientos, pues el Apóstol Pablo dice claramente que todos los mandamientos se resumen en el amor al prójimo [Ro. 13:9]. Es por amor que no debemos matar, es por amor que no debemos mentir, al final el motor para cumplir con los mandamientos de Dios es el amor.

El amor como una decisión
No hay pues duda alguna de que el amor, al ser un mandamiento, entonces se convierte en una decisión que debemos tomar.  Por ser un mandato de Dios, no quiere decir que deja de ser una opción.  Al final de cuentas, la decisión de obedecer los mandamientos de Dios continúa siendo parte del trato del libre albedrío.  La diferencia entre una ley y una sugerencia, al final de cuentas no es más que la consecuencia del incumplimiento; la sugerencia puede que no tenga consecuencias mayores, mientras que la ley tendrá una consecuencia ineludible.  Dios pone las reglas, y está en nosotros seguirlas o darle la espalda. Y como decisión, implica un compromiso.  Esto quiere decir que el amor deja de ser entonces un sentimiento reflejo natural del ser humano.  No es un sentimiento que invade nuestro corazón de repente y nos produce cosquillas en el estómago o cosas por el estilo.  Este amor no es involuntario, automático, sino todo lo contrario, es voluntario, es trabajo, es difícil.  Eso sí, unas veces más que otras.
 
El amor a Dios 
El amor que debería ser fácil definitivamente es el amor a Dios, aunque sea un mandamiento.  Pues ¿cómo no amar a Dios luego de ver todo lo que El ha hecho por nosotros y continúa haciendo?
 
"Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero."
[1 Juan 4:19]
 
El amor a Dios debería fluir fácilmente entonces. Debería, pero no es así.  Y de nuevo la misma razón: el pecado.  El pecado es desobediencia, y el amor a Dios es todo lo contrario, es la obediencia a Dios.
 
"Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos"
[1 Juan 5:3]
 
Me viene a la mente la frase de la película "Love Story" de los años 70, en donde el novio en un momento (Ryan O´Neal) le pide perdón a la novia (Ali Mac Graw), y ella le contesta "Amor es nunca tener que pedir perdón". La verdad es que pensando en el amor a Dios, este postulado se convierte en un imposible, pues no hay manera de dejar de pecar y siempre necesitaremos pedirle perdón a Dios. ¿Significa entonces que no es posible amar a Dios?  Nunca podremos amar a Dios con el mismo amor perfecto de El; sin embargo, somos llamados a seguir el ejemplo de Jesús y a imitar su amor, así como somos llamados a imitarlo a El en pos de la santidad. 
 
"Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor."
[Juan 15: 9-10]

El mismo Jesús nos dio la fórmula: "permanece en mi amor, guarda mis mandamientos".  Y el Señor sabe que volveremos a pecar, que no somos perfectos como El, de lo contrario, no nos hubiera enseñado también a perdonar.  El perdón es parte intrínseca del amor.  De hecho, es en el perdón que se manifiesta su amor para con nosotros.
 
"Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento."
[Marcos 12:30]
 
Me encanta como este mandamiento el Señor lo da con tanto énfasis.  Pudo haber dicho "amarás al Señor tu Dios" y ya.  Pero no; Jesús añadió "con todo tu corazón", luego "con toda tu alma"; pero no se queda ahí, también "con toda tu mente", y más aún "con todas tus fuerzas".  Pienso que el Señor, al mencionar el corazón, nos está diciendo que el amor a Dios se siente.  Esa es la parte fácil, pues es nuestra reacción natural al descubrir cuánto El nos ha amado.  Luego también nos dice que el amor a Dios es algo espiritual cuando menciona al alma. Y luego nos habla de la mente, es decir, del conocimiento.  No sólo lo amarás ciegamente, como pudiera ser un sentimiento, sino que también lo amarás con conocimiento.  Pero el mandamiento no estaría completo si no viene "la fuerza".  "Con todas tus fuerzas", me hace pensar en acción, en esfuerzo, en ponerlo en práctica todos los días.  

Las características del amor
Ya sabemos que nuestro amor a Dios no será perfecto, pero tenemos un modelo perfecto de amor que es nuestro Señor Jesús. Y la Biblia nos describe la perfección del amor de una manera absoluta.
 
"El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser..." 
[1 Corintios 13:4-8]
 
Piensa por un momento en la persona que crees que amas más profundamente.  Tu pareja, tu padre o madre, quizás algún hijo(a).  Piensa en tu relación con esa persona y en cómo eres con ella, y ahora compárala con las características de 1 Corintios 13 y coteja aquellas que entiendes que cumples.  ¿Con cuántas características cumples?  Tengo tres hijos, y la verdad que el amor que se le tiene a los hijos es algo maravilloso y grande, muy grande.  Pero haciendo este ejercicio pensando en mis hijos, la verdad es que apenas pude cotejar unas cuantas características.  Por poner un ejemplo, cuando llegué a "no se irrita", me detuve y me vino a la mente todos esos momentos en los que he perdido la paciencia.  
 
Ante esta definición del amor tan perfecta, no puedo evitar pensar que practicar este amor es una meta inalcanzable y que en realidad yo no amo a nadie.  La verdad es que es alcanzable.  La respuesta está en el mismo 1 Corintios 13, versículo 12: "Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido".  El amor que practicamos en este mundo, no es más que un mero ensayo del verdadero y perfecto amor.  Cuando estemos en la Gloria de Dios, ahí entenderemos y podremos amar con ese amor perfecto de Dios, pero mientras tanto tenemos que continuar ensayando y poniendo el amor ante todo.  
 
Creando el hábito de amar
Como el amor es un mandamiento, una decisión, perfecto y estamos llamados a ensayarlo, pues debemos ponerlo en práctica todos los días de nuestras vidas y en todo momento.  "La práctica hace al maestro" dice un proverbio, verdad? Pues de esa misma forma debemos practicar el amor, aún cuando en un principio no nos salga naturalmente, hasta que adquiramos el hábito de amar y sea nuestro primer impulso.  Es como cepillarse los dientes.  Todos los días tengo que recordarle a mi hija pequeña que debe cepillarse los dientes.  Estoy encima de ella todo el tiempo: "cepíllate los dientes antes de acostarte".  Si no se lo digo, seguramente se irá a la cama sin cepillarse.  A veces me pregunto ¿cuántas veces se lo tengo que decir? ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo va a aprender?  Efectivamente, ella aprenderá y hará un hábito de ello, y probablemente, será un hábito que lo hará de manera automática cuando sea mayor, y el día que no lo haga, se sentirá extraña, pues ya es un hábito.  Asimismo, nosotros debemos hacer con el amor.  Todos los días tendremos que recordárnoslo.  Todos los días tendremos que estar encima de nosotros mismos para amar, para hablar con amor, para tratar a los demás con amor, para que todo nuestro accionar esté caracterizado por el amor de Dios.  Y cada día que pasa se hará menos y menos difícil, hasta el día en que sea nuestro primer impulso. 
 
"Todas vuestras cosas sean hechas con amor."
[1 Corintios 16:14] 
 
El amor como la marca inconfundible del cristiano
En otra publicación titulada "Cristian@" hablaba de que no existe un "cristianómetro" que nos permita saber que tan cristiana es una persona.  Pero si existiera tal instrumento asimilable a un termómetro, el mercurio del mismo sería definitivamente el amor.  Porque será por el nivel de amor que exhiba una persona que sabremos que es un verdadero discípulo de Jesús.  El mismo Señor lo dijo:
 
"En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros."
[Juan 13:35]

"Por sus frutos los conoceréis" [Mt. 7:16], y "el fruto del Espíritu es amor.." [Gálatas 5:22], dice la Palabra.  El cristiano está llamado a vestirse de amor y a andar con amor.  Si no hay amor en nosotros, no somos verdaderos cristianos.  "Ama, ama, ama, ama, ama, ama".  Me lo repito una y otra vez, para que no se me olvide, para vencer a mi naturaleza pecadora, y para que todo lo que haga esté impregnado de amor.  Desde mi trabajo, desde el más mínimo detalle de la vida cotidiana, que todo mi accionar sea en el amor de Cristo Jesús. Haz esta oración humildemente ante el Señor.  Reconoce que no sabes amar, pídele al Señor que te enseñe a amar en su perfecto amor.
 
El resultado del amor
Indudablemente que si todos practicáramos el amor en todo momento, el mundo sería diferente. Pero no el amor de corazoncitos y mensajitos, sino el amor de acción, de entrega, de humildad, de obediencia a Dios, el amor perfecto de Jesús, el amor descrito en 1 Corintios 13.  Viviríamos verdaderamente el Reino de Dios en la Tierra.  ¡Qué hermoso sería! Sería como la canción de John Lennon, "Imagine".  Imagina eso por un momento.  Un mundo en donde todo el mundo se ame.  Un mundo sin guerras, sin discusiones, sin divorcios, sin enemistades, sin rivalidades, sin envidia, sin rencor.  Mi pastor ha estado predicando sobre el Padre Nuestro, y hablaba de la parte que dice "Venga tu Reino; hágase Tu voluntad, como en el Cielo, así también en la Tierra".  Me llamó la atención que la oración que el Señor nos enseñó no dice "Señor, llévanos pronto a tu Reino", sino que pide al Padre que el Reino de Dios venga a la Tierra.  Jesús no nos enseña a escapar de la realidad de este mundo sin amor; por el contrario, nos enseña a que el Reino de Dios empieza en la Tierra, pero sobre todo que empieza por mí y por ti.  Así que empieza a crear el Reino de Dios amando.
 
También el amor tiene un resultado en nuestras vidas personales.  Jesús nos dice que si le obedecemos, permaneceremos en El, y luego nos hace una promesa.
 
"Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho."
[Juan 15:7]

Es la promesa del Señor por permanecer en su amor.  Esta promesa me tocó profundamente en mi corazón y me ha llenado de esperanza.  Pensé en esa petición especial que le he hecho al Señor y que sólo El conoce, y sentí como el Señor me está diciendo que haga Su Voluntad y que permanezca en su amor, y El concederá todos los deseos de mi corazón.

Una última invitación
Luego de pasar todos estos días estudiando sobre el amor he llegado a una conclusión.  El amor no se puede estudiar.  No se puede analizar, ni tampoco buscarle explicaciones.  El amor simplemente es.  El amor simplemente se practica.  No lo analices, no lo racionalices, simplemente párate y hazlo.  Empieza con someterte a la voluntad de Dios, ríndete ante tu Creador, entrégale tu vida y ámalo con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.  Corre a tu hermano, a tu amigo, a tu prójimo, a tu enemigo, al menospreciado, y ámalo, no sólo con palabras, no con un amor fingido, sino entrañablemente ... de corazón puro ... fervientemente [1 Pedro 1:22, 4:8]. ¡Amén!